El pasado 11 de junio en Estados Unidos tuvo lugar el fin de la llamada “neutralidad de la Red”.
Efectivamente, la Comisión Federal de Comunicaciones de EE. UU (FCC, en inglés) anuló la orden administrativa de 2015 por la que se estableció esta “neutralidad de la Red”.
¿Qué implicaba la citada orden? Esencialmente, que todo el contenido que circula por Internet debe ser tratado (y facturado) de la misma forma. Y ello con independencia de la información que encierre, de quien lo envíe o de a dónde se dirija, así como el horario en que se transmitan esos datos.
Y, ¿qué implica la abolición de la llamada neutralidad?
Quien usa, paga
El objetivo principal que perseguía la neutralidad de la red es que todas las páginas o portales compitieran en igualdad de condiciones, al menos en lo que se refiere al acceso o velocidad de carga del contenido.
En el fondo de todo esto subyacen razones económicas. Dentro de este panorama, nos encontramos con dos tipos de empresas:
- Por una parte, tenemos las empresas que prestan sus servicios a través de Internet: Google, Facebook, Netflix, Amazon, etc.
- Por otro, tenemos las operadoras de telecomunicaciones, proveedoras de internet (ISP, por sus siglas inglés). Son las propietarias de buena parte de la infraestructura que soporta el funcionamiento de la Red.
Pues bien, estas últimas se han quejado en los últimos años de las cuentas de resultados de las primeras y, por ello, han considerado que no es justo que las primeras se lucren apoyándose en una infraestructura instalada por las operadoras. Así, por ejemplo, se estima que al menos el 40% del ancho de banda estadounidense está copado por Netflix.
Se pretende fomentar la innovación
Uno de los argumentos esgrimidos por el actual director de la FCC, Ajit Pai, es que hasta ahora la neutralidad de la Red ha supuesto un freno a la inversión en el sector. Si las compañías de telecomunicaciones recuperan el poder de decisión sobre la Red, tendrán más incentivos para mejorarla.
Sin embargo, para los usuarios esto supone que, quienes quieran una Internet de mejor calidad, tendrán que pagar por ella. Los que no, deberán conformarse con otra cosa.
Sin embargo, esta razón para defender el fin de la neutralidad de la red es insostenible: proteger la neutralidad de la red es un elemento fundamental para promover la innovación, la capacidad de internet para generar y desarrollar nuevas ideas en función de su genuino valor, y no de los acuerdos comerciales que sean capaces de cerrar para llevar tráfico a sus usuarios.
Menos regulación
Otro de los argumentos esgrimidos por el director de la FCC es que supone deshacerse de una regulación que es innecesaria. En sus palabras, supone “ganar libertad”.
En última instancia, no debemos olvidar que los usuarios tenemos derecho a que todo el tráfico de datos que recibimos o generamos no debe ser manipulado, bloqueado, desviado, priorizado o retrasado, en función del tipo de contenido, del protocolo, la aplicación utilizada, del origen o del destino de la comunicación, ni de cualquier otra consideración ajena a su propia voluntad. Ese tráfico debe tratarse como privado y, por lo tanto, secreto y solamente deberá poder ser secuestrado, espiado, trazado, archivado, o analizado en su contenido o trayectoria, bajo mandato y tutela judicial, no pudiendo en ningún caso ser sometido a la censura previa o al secuestro administrativo de los contenidos, al igual que ocurre con cualquier otra correspondencia o comunicación privada. Negar este principio es negar internet.
Si bien es cierto que esta nueva situación tiene lugar en Estados Unidos, todavía no sabemos si se llegará a implementar en otras partes del mundo. Sin embargo, es un mal comienzo, puesto que la mayoría de las grandes empresas tecnológicas tienen su sede en ese país.